domingo, 31 de diciembre de 2017

Kendrick Lamar: Damn.

Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

Difícil lo tenía Kendrick Lamar para continuar tras dos magníficas obras rayanas con lo conceptual como fueron Good kid, m.A.A.d. city y To pimp a butterfly, considerados ambos como piezas clave en la evolución del hip hop hacia territorios menos comunes. Lo que es indudable es que, para la masa seguidora convencional, aquella que cree que el estilo debe sustentarse en actitudes cafres, machistas, en estética de gorra y chándal y colgajos de metales, Kendrick Lamar constituye un rara avis. Y esa  mirada ida, ligeramente stoned, desde la sencillez de la camiseta blanca y el muro de ladrillo de algún edificio de Compton, junto a la ineludible etiqueta del explicit content, junto a una primera escucha, parecen avisarnos de una especie de back to basics, como si el músico (junto a Frank Ocean) más innovador de los últimos años quisiera regresar a algún punto de partida.
Cosas del tracklisting, por eso, y de los ya inevitables imperativos comerciales cuando se habla de artistas en la cumbre.  HUMBLE. y DNA. son dos canciones absolutamente directas, poco matizadas a primeras (sensación que un par de escuchas atentas hacen desaparecer), en cualquier caso, su situación en la primera parte del disco puede fortalecer esa sensación.
Pero señores, este es Kendrick Lamar, ubicuo artista que ha colaborado con tantos y tantos músicos (y tan diferentes), y sus discos tienen sentido y cohesión. Y hay que rascar bajo esa superficie para empezar a encontrar perlas: BLOOD., que abre el disco, con su brevedad y su aire irreal mezcla de Marvin Gaye y banda sonora de film de blaxploitations, los aires psicodélicos que enrrarecen PRIDE. aportando una curiosa sensación que avanza: Kendrick Lamar parece inspirado por la obra de Prince, pero también por la reinterpretación de la obra de Prince que Frank Ocean ofrece en sus discos.  LOVE. parece una de esas baladas viciosas que no desentonaría en algún disco de The Weeknd, y  LOYALTY. cumple con la cuota de participaciones célebres, recuperando sonoramente en algún momento el sonido que abre el disco que vuelve a recuperarse en DUCKWORTH.. Cuota, la de colaboraciones, que completan, inexplicablemente, unos U2 en caída libre que no pintan nada en XXX, al contrario que James Blake, que esparce su espíritu minimalista por doquier en la mejor canción del disco, ELEMENT., un auténtico catálogo de demostración de recursos que ejemplifica (como hacían temas como These Walls o Alright en To Pimp A Butterfly) la capacidad de este músico de trascender a estilos, enriquecerse de ellos y enriquecerlos y aglutinarlos para entregar algo que, hy por hoy, parece único.
Y ya veis, (destacado por el hecho de que todas las canciones son tituladas con una única palabra en mayúsculas seguida de un punto) no menos de ocho canciones merecen ser mencionadas de un disco que, a primeras, parecía menor, y ha acabado no siéndolo. Las listas de todo el mundo así lo han considerado (aunque he de decir que la elección en este blog ya era clara hace unas semanas) y Lamar parece predestinado (poned al lado a Frank Ocean y a un Kanye West del que algún día hablaremos aquí) a seguir en la cumbre tanto del gusto de la crítica como de la aclamación del oyente. Por una vez no voy a llevar la contraria.

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