domingo, 26 de noviembre de 2017

Miles Davis: Kind of Blue


Año de publicación: 1959
Valoración: imprescindible

Hará unos doce o quince años, cuando la actual eclosión de series televisivas empezaba a producirse al amparo, sobre todo, del canal HBO y de series totémicas como The Sopranos o The Wire, recuerdo haberme enfadado bastante cuando contemplé uno de esos arquetipos que suelen dar tanto asco.
Salía en un episodio de Sex and The City, cuando uno de los novios de turno de la sempiterna Carrie Bradshaw resultaba ser un fanático del jazz. El personaje era descrito con una simplicidad y una catarata tópica de tal nivel que me ofuscó: sombrerito (no recuerdo si Borsalino), espíritu bohemio, pose alucinada, locura por el vinilo y su añejo sonido, parafernalia en su apartamento que daba testimonio gráfico de su obsesión.
Y recuerdo que, en aquellos speech tan clásicos de los finales de capítulo de la serie, Carrie Bradshaw justificaba el final de la relación por preferir la "simplicidad de una melodía pop". O quizás dijo de un estribillo.
Hoy no voy a reseñar el disco que da título aquí ni voy a hablar del antes y el después del artista o del sonido del jazz ni del cambio que, he leído, Davis supuso para la rigidez del jazz, y como no se conformó con revolucionarlo una vez, sino que lfo hizo varias. 
No voy a reseñar el disco porque sería muy petulante (aún más de lo que suelo serlo aquí) aparentar conocer toda la historia o tan siquiera una parte sustancial de una música que es una manifestación cultural de tal alcance que a veces me da vergüenza que, como la música clásica, cierta corriente snob se haya adueñado de ella y la use de forma excluyente para alardear de grabaciones extrañas y de tomas desconocidas y de equipos de Hi Fi con altavoces por encima de los 3.000 euros. No creo que esa fuera la intención de los músicos que entregaron su vida a ella. Lo que hay que hacer con Kind of Blue, una tanta de las cúspides de la obra del trompetista, es ponerse el disco y disfrutarlo sin la intención de memorizar sus melodías o esperar sus mejores momentos. Aquí está Davis y está Bill Evans y está John Coltrane, un sueño húmedo para los gouteurs y una santísima trinidad que se alterna en los solos, en el protagonismo sonoro, mientras una esplendorosa sección rítmica aporta ese ritmo elegante y perezoso que es tan difícil como inútil intentar describir, tan estúpido como injusto destacar este o ese momento, porque este disco es historia irrepetible de la música, objeto de veneración y de estudio y de intento de imitación tantas veces, y no tiene sentido empeñarse en las palabras buscando definir lo que solamente puede ser transmitido así.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Michel Polnareff: Love me please love me

Año de publicación: 1967
Valoración: Casi imprescindible

Ya he comentado en alguna reseña de “Un libro al día” que el mítico programa de Radio 3 “Flor de pasión”, presentado por el no menos legendario Juan de Pablos, ha sido parte fundamental de mi educación sentimental. Así que a este EP de Polnareff, como a tantos otros discos y artistas franceses de la época, también llegue gracias a aquellas madrugadas "florapasionadas" de mediados de los 90.

Pero vayamos con Michel Polnareff. Nacido en 1944, de padre ruso y madre francesa, y con un aspecto de lo más llamativo (en la época del “Love me please love me” lucía una melena rubia al estilo del príncipe de Beukelaer), gozó de una enorme popularidad a mediados de los 60 gracias  a un primer disco en el que se podían escuchar maravillas como  “Love me please love” o “La poupée qui fait non”. Por desgracia para él, aquel éxito no volvió a repetirse, al menos a ese nivel, pese a seguir en activo hasta la actualidad.

En cuanto al EP que nos ocupa, que pude encontrar un domingo por la mañana del siglo pasado en la Plaza Nueva de Bilbao, consta de tres canciones.

En la cara A está la canción que le dio su mayor éxito: “Love me please love me”. Y no me extraña porque es una verdadera joya.  Los primeros veinte segundos de la canción dan el tono de la misma. Una introducción al piano por el propio Polnareff, gran pianista y mejor compositor, que da paso a una preciosa melodía, romántica hasta la extenuación, acompañada de unos exuberantes arreglos cortesía de Charles Blackwell y de la excelente voz de un Polnareff absolutamente desatado, especialmente cuando canta “Love me, please, love me. Je suis fou de vous…”

Abriendo la cara B nos encontramos con otro tema de corte romántico: “L’amour avec toi”. Pese a compartir tono sentimental con “Love me please love me”, se trata de un tema con mucho más POP ( más directo, menos sobrecargado) y con una letra mucho más explícita que el anterior. De hecho, frases como esta le trajeron al bueno de Polnareff serios problemas con la censura:

Il est des mots qu'on peut penser
Mais à pas dire en société
Moi je me fous de la société
Et de sa prétendue moralité
J'aim'rais simplement faire l'amour avec toi

Más allá del aspecto reivindicativo de la canción, se trata de un tema precioso que podría haber sido cara A de cualquier otro disco.

Cierra el disco “Ne me marchez pas sur les pieds”, un tema mucho más “rocanrolero” que los dos anteriores, mucho más acelerado, pero a años luz de las dos joyas anteriores. Es por culpa de este tema que la valoración del disco se queda en un “Casi imprescindible". 

En cualquier caso, variadísimo y precioso EP que lanzó merecidamente al estrellato a un gran cantante y compositor que tuvo la mala suerte de compartir generación con Gainsbourg, Johnny Hallyday, Fracoise Hardy o Sylvie Vartan, entre otros.

domingo, 12 de noviembre de 2017

DJ Kicks: Kruder & Dorfmeister


Año de publicación: 1996
Valoración: imprescindible

Ni un disco grande en toda una carrera, apenas un par de EPs que tampoco es que tuvieran gran repercusión (aunque puede que sean tratados como material de culto por no más de un par de miles de pirados), cuyos temas fueron profusamente prestados para inclusión en algunas de las centenas de recopilaciones que bajo multitud de etiquetas (trip-hop, chill out, downtempo, relaxing mood...) que se vendían como rosquillas en ese mundo que no sabríamos decir si fue pre-Napster o pre-Emule o pre-cómo-narices-se-llame-lo-próximo-que-permita-escuchar-música-gratis. 

El caso es que Kruder & Dorfmeister, dúo de  músicos austríacos con cierta querencia a tomar préstamos estéticos de otro dúo célebre (Simon & Garfunkel), tuvieron un momento álgido en que la gente (no solamente de la escena electrónica: añadan a Madonna, por ejemplo) quería contar con su toque, impregnar la música de su sonido a través de remezclas. La cuestión es que en esa época de tránsito entre eclosión de escenas electrónicas y su comprensible bajón, su sonido se convirtíó en omnipresente y pasó a infectar e influir y lo hizo a través de sus discos recopilatorios, de sus colecciones de remezclas, su fugaz efecto reivindicativo sobre una escena de Viena y muchos efectos colaterales cuyo efluvio, aunque lejano, puede que aún permanezca..
Este disco es un ejemplo. La serie DJ Kicks había empezado convocando a la escena de Detroit (Carl Craig, Stacey Pullen) para aportar sonidos duros en discos que más bien se acercaban a pináculos de sesiones nocturnas de club. Pero se había adaptado al entorno y otros músicos ya habían entregado selecciones mucho más asequibles técnicamente debido a los agradecidos BPM de los sonidos calmados, y lo que empezaba a ser una marca de la casa, rendidas al eclecticismo.
Kruder & Dorfmeister optaron por sonidos contemporáneos, por músicos poco conocidos, por temas oscuros, y así DJ Kicks empieza con aires trip-hop con un comedido uso del sampleado y siempre respetando dos premisas: unas impecables transiciones y una tonalidad general poco dada al estrépito. Incluso cuando la selección vira hacia el drum'n'bass lo hace de una manera graduada y evitando salidas de tono. A pesar del poco material propio incluido, su personalidad como selectores queda puesta de manifiesto y los aires dub sobrevuelan por doquier, incluso cuando hacia el final del disco se introducen sonidos más cinemáticos, dejando el listón muy alto para toda la extensa pléyade de impostores que pensaron que poner música tranquila e instalar cuatro sofás de color claro era suficiente para demostrar que se pillaba el concepto. Cuando no.

Podéis oír la sesión íntegra con toda la secuencia aquí.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Depeche Mode: Music for the Masses


Año de publicación: 1987
Valoración: casi imprescindible

Cuando, allá por 1982, aproveché el tiempo de un recreo en el instituto para acercarme a Star Records (tienda de vida breve pero intensa situada en pleno centro de Barcelona) para hacerme con Speak and Spell, bisoño debut del grupo de Basildon, Depeche Mode estaban siendo erróneamente etiquetados dentro del fugaz movimiento new-romantic. Al igual que Japan o que Soft Cell, incluso que Gary Numan, cualquiera que usase los sintetizadores como base para su música debía pagar ese peaje y esperar que el futuro se encargara de desdeñar oportunistas y dejar avanzar aquellos cuyo talento estuviera por encima de modas y tendencias más ancladas en lo estético que en lo artísticamente persistente.

Y pasaron esos años tan necesarios. Y subsistieron al abandono de Vince Clarke, figura central del primer disco y compositor de obvia facilidad melódica, y continuaron adelante abrazando ahora el sonido más industrial (influencia de lo que parecía una necesaria estancia en Berlín de cualquier estrella rock que se preciase), con desviaciones de aires más bucólicos, con una oscuridad sonora que parecía ser fiel reflejo de las agitadas y convulsas existencias de sus miembros, de las turbulencias propias de los rápidos ascensos a la fama. De ser un combo de post adolescentes petardos haciendo synth-pop con el pelo atiborrado de laca y tintes baratos a alcanzar los altares del Olimpo pop, un pop que se acercaba a la electrónica a la vez que los miembros del grupo perdían el miedo a agarrar mástiles de guitarra, y se ataviaban con bodies de cuero y jugaban a la ambigüedad en su imagen mientras su música se expandía e hipnotizaba no solo a Europa sino también a los Estados Unidos.

Music for the Masses, premonitorio título, es uno de sus hitos culminantes, un puente entre la oscuridad de Black Celebration y la explosión iridiscente de Violator. Un disco aún basado íntegramente en los sintetizadores, por supuesto, pero inexplicablemente (para un grupo que ya había publicado un producto típico de bandas decadentes: un recopilatorio de singles) cuajado de momentos magníficos que se concentran sobre todo en su primera parte (primera cara: cuando se publicó el soporte vinilo aún era importante) donde asistimos a una despampanante secuencia de canciones que anuncia un disco optimista y decidido. Never let me down again , con su vídeo en grano duro obra de Anton Corbijn y con su ritmo a la vez chispeante y trotón y su irresistible puente en dos fases se convierte en un clásico inmediato. The things you said ralentiza y recupera, entre juegos vocales, los nostálgicos aires centroeuropeos que teñían Black Celebration dando paso a Strange love, otro single saltarín, creciente, maduro, o más adelante, Behind the wheel, síntoma de evolución, o Sacred, regreso otra vez a las sonoridades evocadoras de los Kraftwerk de Trans Europe Express. El disco da para baladas apocalíptica como Little 15 o incluso para una despedida algo pretenciosa con la instrumental Pimpf.
Pero es, por encima de todo, el disco de una banda consolidada. Sexto disco en estudio de un grupo que está a un paso del dominio global que se concreta con 101. Ingleses con sintetizadores que despojan su imagen de parte de su ambigüedad inicial. Ahora (entonces) llevan el pelo algo más largo, usan chaquetas de cuero y se tatúan (y padecen de adicciones y de existencias tormentosas). Es 1987 y están muy cerca de tenerlo todo, pero la fama aún no ha obrado su terrorífico efecto anulador del talento (no me hagáis hablar). Grandioso disco, clave en uno de esos cambios sutiles que cuesta detectar: la aceptación de la electrónica en claves antaño reservadas en exclusiva al rock más cazurro: los estadios abarrotados por multitudes, los decibelios, el jadeo.