domingo, 26 de febrero de 2017

Andrés Calamaro: El cantante



Año de publicación: 2003
Valoración: imprescindible 

Pura lógica.
La música de Andrés Calamaro me resulta, la mayoría de las veces, directamente insoportable. Su empeño en convertirse en un Bob Dylan en español. Sus letras tendentes al ripio que convierten a Sabina en Rimbaud. Su pose rockera basada en toda la retahíla de tópicos (melena, droga, exceso).
Y las canciones clásicas del cancionero pop latinoamericano. Qué decir de algunas de ellas, que parecen diseñadas para ser interpretadas por cantantes decadentes con solapas horrorosas actuando atiborrados de tinte capilar en un triste programa de sábado por la noche en un canal público al que el presupuesto no le da para más.
Canciones casi siempre centradas en affaires amorosos inflamados hasta lo grotesco. "Voy a perder la cabeza por tu amor". A quién se le ocurre.
Y de la combinación de estos dos elementos va y surge un disco inconmensurable. Sublime. Extraordinario. Posiblemente único. Porque la mezcla funciona. Calamaro enguarra las canciones y les aporta un aire canalla y vivido. Y las canciones descabalgan al cantante argentino de esa pose de snobismo solipsista propia de los pesados que se empeñan en estropear la mañana a la gente berreando frente a una terraza.
Si es que es perfecto. Tómese, por ejemplo, el famoso tango Volver, de Carlos Gardel, empleado en una versión de Estrella Morente para la película homónima de Almodóvar. Artificio, sílabas alargadas para alarde técnico, mutilación (¡es un tango!) del ritmo. La versión de Calamaro: sugerente, melancólica en su punto justo. Con ese arranque, esos coros masculinos. La guitarra, la respuesta del bandoneón, el arrastre acanallado de las palabras. Un aire pop respetuoso y nada sacrílego. Creíble y disfrutable. Culpemos al sonido: la producción de Javier Limón pone cada cosa en su sitio sin necesidad de acudir a grandes artificios, no hace falta abrumar con vientos o cuerdas. Guitarra acústica (la del Niño Josele, que aflamenca de forma fascinante lo que toca. Una precisión para elegir siempre lo más conveniente al alcance de pocos. Las canciones quedan equilibradas, lustrosas, y se suceden una tras otra sin que el nivel descienda. 
Ni siquiera las tres originales de Calamaro desmerecen, lo que da una idea de la magia que se produjo ahí. Algo contigo, sensual, franca, rabiosa. "Sus ojos se cerraron": otra vez la voluptuosidad del bandoneón, que suena triste pero evocador. Estadio Azteca, original, con ese estribillo cantable y euforizante. "Alfonsina y el mar", dulce y sedante tras el terror de su historia. La mayoría canciones de letra desgarrada entre las que sólo desentona "El arriero", que por sonido y temática folk se desmarca ligeramente. Porque estas canciones, casi todas ellas, parten del desencuentro y del dolor. Un dolor que a veces, casi siempre, nos puede parecer patético e impostado. Pero aquí no. Calamaro hace suyo ese material, su voz en pleno apogeo se integra en las canciones y las hace creíbles fuera de un contexto lánguido y kitsch y el experimento (un repaso a grandes clásicos de tango, bolero y pop latino) resulta encumbrarse como el mejor disco de Calamaro, superar el status de disco de covers y adquirir personalidad, aunque sea a través de la cruel ironía de sonar a Calamaro menos que ninguno. La apoteosis, en la versión de la canción de Rubén Blades que le da título, otorga una despedida a la vez eufórica y emocionante, una declaración de principios justo al final, como si Calamaro reconociera el valor del disco y su papel en él.

domingo, 19 de febrero de 2017

Disclosure: Settle


Año de publicación: 2013

Valoración: imprescindible

Así me gusta: sentados en la misma silla y quietecitos con ese aspecto medio travieso de dos hermanos de ¿5-6? años que se portan bien y saben compartir las cosas. Hasta ese ridículo conjunto a cuadros con colores cacofónicos, ése con el que más tarde observarás "mamá, cómo me hacías poner eso". 
Portarse bien habrá sido clave, entonces, para que en el futuro Guy y Howard Lawrence, hermanos en tiernas veintenas, publiquen bajo el nombre que les ampara como grupo, Disclosure, un espléndido álbum de música electrónica en su sentido más lúdico y expansivo, este Settle que hoy reivindico aquí.
Lo obvio: los años que los dos hermanos debieron deglutir música para asimilar esas influencias y volcarlas en este disco. Porque Settle tiene la cualidad casi única en música de baile (un género irremisiblemente abocado al 12' o al single como formato) de constituir un álbum sin fisuras, y sin necesidad de recurrir al socorrido de recurso de convertirlo en una sesión de mezcla o incluso una sucesión de mixes. Lo que hacen los hermanos Lawrence es asimilar todo lo que han absorbido no se sabe dónde (hogar, clubs, radios, streaming) y meterlo en este disco. Neo-soul, garage, dubstep, house de club gay, speed garage. Bien digerido y asimilado, con una puesta al día de sonido lo suficientemente respetuosa y fiel para no alinearse con la vulgaridad imperante en un género en que toda música parece igual en función de quien la produce y remezcla.
Entonces Settle acaba convirtiéndose en un extremadamente placentero viaje al pasado sin necesidad de desempolvar viejos vinilos. Un pasado que empezaría en 1989, en Detroit o en New York. Ejemplo de ello: el inexorable house de falsetto de January parece una revisión de toda la discografía de Ten City. Y a partir de ahí, y siempre con cierta tendencia a potenciar la sensualidad de los géneros, todos irán cayendo, contagiados por un cierto aire pop que confiere a las canciones una combinación única: inmediatez en sus ganchos y perdurabilidad en su desarrollo. La elección de los cómplices vocales tampoco de antoja gratuita. No les importa acudir a lugares poco comunes. Así una estrella del pop vocal como Eliza Dolittle hace su aportación en You & Me, irresistible píldora pop que se alza con un curioso mérito, el que la fascinante remezcla de Flume casi eclipse al tema original. O Sam Smith, aportando calculado histrionismo al elegante ritmo de Latch. A pesar de ello, Settle no parece concebido como un álbum de singles. Tiene coherencia como conjunto aunque el brillo de las aportaciones parezca empujarnos hacia ciertas canciones en concreto. Otro single, White Noise, cuenta con la voz felina de Aluna Francis, de AlunaGeorge jugueteando entre ritmos, y "regalándonos" uno de los momentos del disco: la fase instrumental que precede a la segunda entrada del estribillo es toda una declaración de principios. Somos Disclosure, hemos invitado a un montón de vocalistas, son importantes, pero esta es nuestra música, este es nuestro ritmo y esta es la oleada de bajos sintetizados que queremos regalaros. Un momento definitorio, una cumbre eufórica y hedonista, un lapso de brazos al cielo y celebración. Y hay más: Defeated, elegante y minimalista, Second chance, con sample de Kelis, hipnótica y levitante, y, para mi gusto, el mejor tema del disco, Voices, que nos hace añorar los tiempos del speed-garage, aquel lejano momento final de la eclosión de la música electrónica. Justo antes de que las etiquetas la convirtieran en un rótulo en los estantes de las grandes superficies y patanes como David Ghetta la convirtiesen en una música funcional para usar y tirar.

domingo, 12 de febrero de 2017

Chilly Gonzales: Solo Piano II

Año de publicación: 2012
Valoración: imprescindible


Quizás debería haberme fijado antes. Pero supe por primera vez del Chilly Gonzales pianista a través del show radiofónico de Jarvis Cocker. Porque hasta ese momento solamente conocía la faceta más excéntrica de su música, la de los discos donde colaboraba con gente extraña como Peaches para experimentar con el hip-hop y la electrónica. En el programa de radio del cantante de Pulp oí la adictiva melodía de Othello y no pude menos que indagar sobre este músico canadiense.
¿Con zapatillas? Así se atreve a salir en un respetable programa de sobremesa de la televisión francesa. No lleva su habitual batín, y parece haberse afeitado para la ocasión. Y su flequillo rizado habrá llevado su tiempo controlarlo. Pero lo conocemos. Su pose amable y contenida es otro envoltorio para la más noble de las finalidades. Entregarle al mundo las raciones de su genio. Lo hace de muy diversas maneras: ahora le da lecciones de piano a una presentadora de un evento de música electrónica, atribulada por su falda (aquí), ahora desmenuza en clave musicológica los motivos de hits de la música popular (aquí).
Y, claro, publica discos excelentes como éste. Donde, como muy gráficamente explica el título, solo toca el piano. Vistos los resultados, para comprobar sus cualidades compositivas e interpretativas, tenemos más que suficiente. Porque prácticamente cada una de las piezas cortas (no suelen aventurarse más allá de los tres minutos) que integran este disco parecen estar ahí desde toda la vida. Los aires parisinos las sobrevuelan prácticamente todas, obviamente las que ya tienen títulos en francés, como Rideaux Lunaires, pero la tonalidad nostálgica y evocadora, ya intrínseca al instrumento, filtra por todas partes, como  en Kenaston. Pero el disco está lleno de pieza delicadas que van sucediéndose en la preferencia de quien lo escucha. El aire decadente de Wintermezzo, la delicadeza con contrapuntos de Satie de White Keys. Ajeno como soy a valoraciones más técnicas, solo puedo hablar de ese aroma pop y juguetón oculto tras composiciones de corte clásico, a veces escoradas al score o al honky-tonk. Nos hemos hartado de ver música excelente banalizada por su constante uso fuera de contexto, cosa a la que todo está hoy en día expuesto. desde Mozart hasta Debussy hasta los Beatles. De momento, y hasta que sea descubierto por anunciantes de perfume y entusiastas de los aborrecibles talent-shows, Chilly Gonzales está agazapado en una tercera fila reservada a los geniecillos atribulados. Aunque Daft Punk se fijaron en él, y le invitaron a colaborar en una canción de Random Access Memories. Algunos detalles relacionados con esta colaboración pueden verse en curiosas grabaciones como esta o esta, todas ellas muestras tanto de su virtuosismo como de su impagable sentido del humor (y de la teatralidad).
Qué queréis que os diga. El mundo necesita discos como éste y el mundo necesita músicos como éste. Que arriesgan, que unen géneros, que no tienen miedo de franquear barreras constantemente, de conducir sus carreras hacia lugares poco propicios (y, por tanto, ajenos a las ventas multimillonarias), y de mostrarse irreverentes, algo muy diferente de irrespetuosos. Chilly Gonzales seguramente esté la mar de bien así: en un entorno de un tamaño adecuado para que su talento sea reconocido y pueda evitar el mal de alturas. Otra cosa es que yo no esté tan conforme con que tanta gente ignore su talento porque nadie se haya preocupado de mostrarlo. Espero que esto ayude.

domingo, 5 de febrero de 2017

Bob Marley & The Wailers: Survival

Año de publicación: 1979
Valoración: imprescindible

En 1979, posiblemente ya consciente de que algo no funcionaba bien en su organismo, Bob Marley era una indiscutible estrella global. Había puesto su pequeño y pobre país en el mapa. Había publicado un disco anterior, Kaya, que había conseguido un éxito estratosférico, que lo había encumbrado aún más que Exodus, y era el hombre de moda, aquel a quienes muchos querían acercarse y tocar. Un soplo de aire fresco que renovaba el sonido de la música, respetado incluso por la efervescente generación punk y new-wave.
Desde la portada de Kaya Marley nos sonreía en una imagen en grano sobre un fondo blanco. Y el sonido del disco era igual de luminoso: dub a raudales, protagonismo de la percusión, de los bajos, del espacio, de los mensajes positivos repletos de alusiones a las relaciones personales, de canciones como Is this love. Parecía diseñado para un entorno paradisíaco, para playas de arena blanca y noches de amor cerca del mar. Aquel sonido accesible, radiable, comercial, había seducido al público, pero había despertado ciertas reticencias entre algunos de sus seguidores de siempre. Marley parecía estar entregándose en exceso al mundo del star-system del rock.
Survival representó una cierta ruptura, un retorno al sonido más áspero de sus primeros discos, y sobre todo una reorientación del mensaje de sus letras. Desde la estética de la portada (sí: tiempos en que las portadas de los discos decían cosas) se aprecia. Fondo negro, las banderas de los estados africanos del momento, y el título sobre una siniestra trama: la disposición idónea en que se transportaban los esclavos en los barcos negreros para que éstos registraran mayor "productividad". Y el inicio del disco, trepidante, So much trouble in the world, bajo juguetón, cambios de melodía y ritmo, escasa reverberación, una canción que carece del gancho hedonista que llenaba los surcos de las canciones de Kaya, pero otro hito de su carrera, un impacto directo a la cara del oyente. Demasiados problemas en el mundo.

Survival es un álbum político, una andanada de mensaje social envuelta en algunas de sus mejores canciones, que se suceden una tras otra y que parecen de un hombre sabio, aún más maduro y consciente, en una especie de evolución que es involución, quizás porque Marley empieza a temer por su vida y no quiere ser tildado de músico escapista, de confeccionador de ritmos globales para que los blancos bailen. Quiere trasladar su mensaje sobre el mundo que le rodea, y no desperdicia un segundo en ello. Los futuros clásicos se suceden y es un disco con pocos singles distinguibles, con una intencionada elusión comercial. No hay relleno sonoro y no hay relleno lírico. "El sistema de Babilonia es el vampiro" (Babylon system). "Cada hombre tiene el derecho de decidir su destino", "Decidles a los niños la verdad" (Zimbabwe). 

Mensajes inequívocos de reivindicación rodeados de sonidos que casi cuarenta años más tarde aún suenan frescos y poderosos, porque Bob Marley posiblemente sabía que corría contra el tiempo y no quería dejar cosas por decir. Alusiones a incidentes personales (el grotesco atentado que sufrió e inspiró la magnifica novela de Marlon James es la inspiración de Ambush in the night), devaneos con un aura de espiritualidad pan-africana de poderosa inspiración (Africa Unite, abriendo de forma simbólica la segunda cara), pero, por encima de todas esas coartadas sociales e ideológicas, entregando un sonido rico, cargado de matices, de una suntuosidad que la producción respeta. Todo está en su sitio: piano, vientos, base rítmica, los coros que en Kaya habían quedado relegados. Desmenuzar cada canción escuchándola con atención, comprobar la ubicación de cada sonido en el entramado sonoro es un ejercicio que recomiendo a cualquier aficionado a la música. Un disco perfecto de un artista en plena consciencia.