domingo, 11 de marzo de 2018

Portishead: Dummy


Año de publicación: 1994
Valoración: imprescindible

Notas de piano eléctrico ligeramente reverberadas. Scratch vocal. Redoble. Theremin. Clásico comienzo de disco que actúa como una sutil patada en la espinilla y despierta un demonio inesperado. Un poco frustrante: Massive Attack han publicado hace algunos años su ópera prima y (cuando este disco se publica) están a punto de publicar su segundo disco. Un tal Tricky iniciará su irregular carrera al año siguiente. Pero Portishead logra alzarse con la bandera definitiva de grupo emblemático del género. El trip-hop: pocas veces un nombre tan apropiado es absorbido con tanta rapidez por la industria y adoptado por tanto advenedizo con tal de subirse al carro y (ya de paso) sacar su provecho en forma de ventas. 
Portishead fueron la espoleta más destacada, el gatillo más efectivo. Pusieron en marcha una moda en cuyo recorrido no fueron siempre bien acompañados. Los sellos proliferaron: Mo' Wax, Ninja Tunes, Pork. Algunos artistas parecieron no darse cuenta de que no era tan fácil. No bastaba con unas bases, un par de samples, algo de ecos jamaicanos. Pero Portishead no tienen la culpa. Dummy es glorioso y ello no lo van a cambiar los discos mediocres de las huestes de admiradores inspirados que devinieron falsificadores pasados un par de años. Dummy es glorioso porque, en el fondo, por debajo del sonido sofisticado, de los samples, de las influencias caleidoscópicas (que van desde De La Soul hasta John Barry pasando por el aire gatuno de la voz de Beth Gibbons, heredera de Billie Haliday y de las torch-songs de tugurio humeante), por debajo de la expresión cinemática de su sonido, el mensaje es casi el del pop clásico algo retorcido, aquel que tiene aires de amour fou y los envuelve en camisas tiznadas de purpurina. Beth Gibbons dice (en Sour Times) nobody loves me pero esperaríamos que dijera my loneliness is killing me y eso, lo dijo, años más tarde, alguien muy diferente.
Clásico a la primera escucha, del que han vivido y del que se han hecho célebres, con solamente dos discos más de estudio, la media del grupo sale a una canción cada diez u once perezosos meses. Pero las que contiene Dummy son, perdón por la redundancia, gloria bendita. Música de tardes lluviosas que suena ligeramente uniforme a la primera pero que revela más matices a cada escucha. Tonos grises azulados como los de la portada y hallazgo tras hallazgo. Nadie puede explicarse dónde estaban escondidas esas torch-songs pero surgen una a una: Mysterons abre una batería inapelable de canciones donde los singles extraídos ni siquiera destacan por encima del material menos conocido:  It Could Be Sweet con su ritmo repetitivo (otra vez el piano eléctrico) y su sutileza minimalista, It's A Fire con su intro gélida que da paso al órgano y, claro, Roads, epítome del sonido del grupo, aquí en la versión que incorporarían para su disco en vivo, incluyendo, momento que no deja de ponerme la carne de gallina cada vez que lo veo, el plano de cámara que se eleva y el alborozo del público cuando la sección de cuerda irrumpe y se apodera de la canción.

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