domingo, 29 de enero de 2017

The XX: I see you

Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

The XX solventaron el duro (para una banda que ha triunfado con el primero) escollo del segundo disco entregando Coexist: un disco que prolongaba el factor sorpresa de su debut y que emitía (más en los detalles de producción o de sonido que en los aspectos compositivos) tenues destellos de evolución.
Entre Coexist y el tercero, este I see you ha ocurrido algo muy significativo para el grupo: el enorme éxito de Jamie XX en solitario. Que no esconde su relación con el grupo: se presenta así (Jamie XX) usa el mismo grafismo e incorpora a sus compañeros en las canciones de su sensacional debut en solitario In colours. Pero lanza, y quizás lo haga de forma inconsciente, un mensaje al mundo. "Podría arreglármelas solito". Y cuando I see you arranca: vientos sintetizados, bajo, ritmo de baile (recordad: Coexist empezaba con la voz afectada de Romy sobre una guitarra desértica y sin ritmo), uno ya toma consciencia de que ese cetro con el que Jamie XX se ha hecho ya no va a soltarlo. Aunque no lo lleve encima, aunque quede en un cajón en casa. I see you es una demostración sonora, un reflejo del estudio, pero también la configuración en vivo del grupo lo manifiesta: ved, si no, esta performance de Lips (una de las mejores canciones de I see you) en el programa de Jimmy Fallon: Jamie XX se emplea afanosamente con toda la cacharrería electrónica mientras Romy y Oliver apenas parecen necesitar a ratos los instrumentos que cuelgan de sus cuellos. 

Quiero decir  que en esa evolución que se les exige, en el aspecto comercial porque estamos en tiempos en que todo cansa demasiado rápido, en el crítico porque el estancamiento es letal, puede que el grupo haya perdido algo de su esencia. Lo cual no quiere decir que este no sea un muy buen disco de cualquier música actual: pop, electrónica, house, dubstep, pero quizás no todos los fieles al grupo acaben de estar felices con el resultado de esta evolución. El grupo se ha desprendido de algunos elementos de su sonido primigenio: las guitarras han cedido protagonismo a las programaciones, los samples han adquirido una importancia que no tenían, se han incorporado elementos sonoros que habrá que ver cómo serán incorporados al directo. 

Expansivo es una palabra que se ha usado para definir este disco, y es una sensación que se manifiesta, insisto, a los pocos segundos: Dangerous, una sección de viento, un ritmo cercano al dubstep. Luego las cosas regresan por cauces más familiares, pero ya sabemos acerca de las primeras canciones de los discos y cómo definen el tono. Lo que es cierto es que parece que los miembros (todos) del grupo parecen personas más felices que en su ya lejana irrupción. Unos post adolescentes de negro riguroso que parecían pasarlo fatal hasta que empezaban a cantar. De ahí que el disco suene mucho más pop. De ahí que las melodías hayan adquirido colores y sensaciones ligeramente optimistas, y la estructura sonora sea más contundente y exuberante. La mencionada Lips era un ejemplo y el single de adelanto, On hold, un vídeo ingenuo con una cándida historia donde bailan y se besan y la gente sonríe. Qué lejos de un grupo cuya cuarta integrante huyó despavorida y abrumada por el éxito. Pero en la distancia corta el disco es muy convincente: Performance, concesión al pasado, es magnífica, Replica, perezosa y volátil, engancha de inmediato. Alerta: esto no pasaba en los dos primeros discos, que calaban con las escuchas progresivas. Sólo se les puede recriminar ese resbalón que es Brave for you (como si Romy quisiera ser la Bonnie Tyler del siglo XXI, consiguiendo ser la peor canción de su carrera) y la sensación algo incómoda de que la banda no acaba de definir con claridad cuál será el siguiente paso, como si existiera una especie de tensión entre la efervescencia del presente de un Jamie XX, insisto, cada vez más influyente en el perfil del sonido de la banda, y el peso del pasado común, los famosos tres críos, tímidos y llenos de acné, cuyas vidas, o eso se desprende de la sensación que su música emana, han empezado a iluminarse. No pretenderemos reprochárselo.

domingo, 22 de enero de 2017

Bruce Springsteen: The River


Año de publicación: 1980
Valoración: imprescindible

Discos dobles en los tiempos (dorados) del vinilo. Proyectos ambiciosos de artistas a los que 40 minutos les quedaban cortos, porque tenían muchas cosas que explicar. No abundaban, y siempre debían obedecer a algo en concreto.

The River parece responder en su estructura  a los clásicos conciertos extenuantes del músico de New Jersey. Alternancia de temas lentos e introspectivos, números más cerca del rock'n'roll marca de la casa, singles inapelables, energía a raudales, cosa que se nota en esos registros sonoros. Un músico en la treintena empujado por una serie previa de discos notables y en plena aceleración. Sin ganas ni necesidad de dosificarse. La inspiración desbordante de esta completísima colección de canciones es capaz incluso de hacernos olvidar su producción, saturada de agudos. De algún extracto de su autobiografía deduzco que se trata de una cuestión premeditada, de un intento de aportar espontaneidad al sonido. La excelencia compositiva de la música supera con facilidad ese obstáculo. The River está lleno de futuros clásicos y esa convicción y esa seguridad se nota.  Los mayores logros se encuentran en las canciones más lentas, las más alejadas de la aspereza del estereotipo del  rock'n'roll. Point Blank, Drive all night, o la excelente canción que titula el disco. Pero es un disco doble y hay donde elegir, Jackson Cage, con el excelente piano de Roy Bittan adornando el estribillo. Out on the street, vivaz e hímnica, el tono festivo de Sherry Darling. Springsteen habla del americano medio y los problemas cotidianos. Embarazos precoces, cierre de fábricas, desempleo, precariedad. Cada canción es un acierto y Springsteen desborda tal seguridad que no le importa incurrir en el autoplagio (I wanna marry you, desborda de azúcar y fusila la estructura del estribillo de Hungry heart) o entregar canciones que son carnaza de concierto y de tópico absoluto (¿quién si no, se atrevería a hacer una declaración de principios como I am a rocker?). Lo hizo porque era consciente de estar ya en el foco de todas las miradas, de una escena musical americana necesitada de liderazgo y de un público blanco al que no había que complicarle las cosas. Cumplió con cada uno de esos requisitos, y tomó el poder para unas cuantas décadas. Se permitió un ejercicio introspectivo (Nebraska, cuya tonalidad ya adelantaba Wreck on the highway, final de este disco) y se preparó para la gran explosión comercial que supuso Born in the USA.
The River es la declaración de principios de un músico comprometido con causas no siempre cómodas para el poder. Un hombre joven acompañado por una banda en estado de gracia grabando un disco destinado a trascender. Condenó a gran parte de la obra posterior de Springsteen a parecer descartes de esta obra maestra, incluso a una obstinada persecución, a veces cercana a la autoparodia de esa mágica fórmula que, seamos sinceros, Springsteen nunca volvió a alcanzar con la contundencia que vimos aquí. Y aunque su trayectoria merece mi respeto, pocos me negarán que, creativamente, aún vive de estas cuantiosas rentas. La gira que décadas más tarde dedicó al disco reproducía las canciones en el orden exacto, y contó con la presencia de la banda, con la excepción de Clarence Clemons, fallecido en 2011.


domingo, 15 de enero de 2017

Pet Shop Boys: Behaviour


Año de publicación: 1990


Valoración: imprescindible

He tenido que contemplar la portada para empezar a escribir sobre este disco. Tras años y años escuchándolo no había reparado en ella, y he de reconocer que lo hago a raíz de haber leído un libro sobre el dúo que me ha hecho recapacitar algo más sobre su coartada intelectual al margen de la cuestión sonora.
Porque en 1990, cuando Behaviour fue publicado, el último disco del dúo se llamaba Introspective y estaba repleto de ritmos de discoteca. Pero los músicos que nos miran (es un decir) desde la portada ya no son dos jovenzuelos. Y esas rosas tiradas en el suelo.

Behaviour encaja en eso que se suele llamar obra de madurez. Primero, porque pocos grupos publican cuatro discos en apenas cinco años y mantienen un nivel de calidad tan elevado. Please, Actually, Introspective y Behaviour son cuatro estupendos discos, en progresión sonora y cualitativa pero perfectamente disfrutables por separado. A pesar de lo cual, el conocedor de la obra del dúo suele tener un especial afecto por este último. Se trata de cohesión, de tracklisting, del espíritu otoñal del disco, de los enormes aciertos de las canciones lentas, y de la elección de los momentos cumbre del disco. Porque en 1990, año de publicación, el CD empezaba a superar en ventas a los discos de vinilo. Pero la importancia del orden de las canciones aún primaba. Y Pet Shop Boys eligieron empezar las dos caras del disco con dos de sus temas más emblemáticos. En Being boringconducida por la guitarra wah-wah de Johnny Marr y con un ritmo reminiscente del hip hop, el tono melancólico se apodera y el mensaje de la letra es claro. Nostalgia del tiempo pasado, de las amistades arrasadas por el SIDA, de las fiestas inmortalizadas en colecciones de fotos. Su elección como single constituyó un claro desmarcaje con su implacable serie de hits previos. No es una canción fácil, que pueda bailarse o tararearse. La cara B se abría con My october symphony, reverso de Being boring y sutil mensaje político del grupo, que rinde homenaje al desmoronamiento del bloque soviético, con referencias en la letra que revelan el estupor de un pueblo ante el cambio diametral que experimenta su mundo. Posiblemente se trate de dos de las mejores canciones de la carrera del grupo pero desde luego no son las más conocidas. Y es lo que ocurre con todo el disco. Behaviour no obtuvo las mismas ventas que sus tres discos anteriores, fundamentalmente porque el grupo arrinconó la inmediatez y la sustituyó por unos matices que se habían manifestado de forma puntual, sobre todo en Actually, su segundo disco, pero que representaban un alejamiento, amparado por las posibilidades que entonces aún deparaba el formato álbum, del estereotipo que arrastraban desde su primer hit, la muy ubicua West end girls. Ése que consideraba al grupo como una factoría de música bailable, orientada al consumo hedonista. 

Behaviour contó con la ayuda de algunos colaboradores externos: el ya mencionado Johnny Marr (ex-Smiths) aportaba guitarra en plano discreto, sin ensombrecer ni acaparar sonido. Angelo Badalamenti, en boga a raíz de sus subyugantes colaboraciones con David Lynch en el score para Twin Peaks o Blue Velvet, añadía sutiles orquestaciones a canciones delicadas, muy raramente (excepto el single So Hard) por encima del medio tempo, pero que aportaban una sensación de unidad al disco. Unidad que caló en la crítica pero desorientó a su público. Tipos de pose cool vestidos de diseño hi-tech confeccionando un disco triste y melancólico, una llamada al blanco y negro y a la introspección (curioso, habían titulado Introspective su anterior disco, prácticamente una colección de mezclas extendidas orientadas a las pistas de baile globales).

Desde la perspectiva del paso del tiempo, ese bellaco implacable, Behaviour es una cumbre creativa colosal. Se demostró que la electrónica podía ser emocional sin necesidad de ceder en exceso al sonido orgánico. Las cajas de ritmos y las capas sintetizadas tomaron una forma humana en el sentido emocional. Las baladas y los lamentos por las relaciones no sonaban edulcoradas, y la universalidad de la música hacía que esas canciones (las agazapadas entre singles, como la frágil Nervously) sirvieran para que todo el mundo las sintiera como propias. 

Sea por imposiciones comerciales o por una necesidad evolutiva, la carrera del grupo empezó a trazar una curva descendente salpicada por buenas canciones que se han ido espaciando en su discografía posterior. No hay que negar que hayan sido capaces, puntualmente, de presentar algunas excelentes canciones en sus discos posteriores. Very, el inmediatamente posterior, sería un gran disco si se le extrajeran dos o tres canciones algo aceleradas. Pero han sido incapaces de alcanzar la perfección de Behaviour. Diez canciones seguidas donde no sobra ni un segundo. Poquísimos discos pueden presumir de esto.

domingo, 8 de enero de 2017

Getz / Gilberto


Año de publicación: 1964


Valoración: imprescindible

Millones de consultas de dentistas, ascensores, cadenas de hilo musical para aeropuertos y salas de espera, cantantes de medio pelo, con escaso bagaje técnico, dedicados a amenizar decadentes veladas en hoteles de costa, o restaurantes con pretensiones de elegancia,  deberían estarle agradecidos a este disco. Porque parece que les demostró que todo podía ser sencillo.
La cuestión no puede ser más casual, a la par que idílica. Los sonidos brasileños ya habían empezado a penetrar en el gusto occidental por la música popular. Hablamos de 1964, y el mundo estaba muy pendiente de cuatro muchachos de Liverpool. En el otro lado del Atlántico un saxofonista procedente de la escena jazz se aliaba con un cantante y guitarrista de aspecto serio y anónimo, Joao Gilberto, que solamente sabía cantar en portugués, sobre todo algunas de las deliciosas piezas breves que componía Antonio Carlos Jobim. Seguramente, y menos cuando invitaron (o el mito dice que fue así) a Astrud Gilberto, esposa de Joao, a cantar, por el mero hecho de que sabía inglés, en ningún momento debieron pensar que estaban concibiendo 35 minutos (en ocho canciones) de música que influiría en el futuro. 
Porque hay que proclamarlo. Sin Getz/Gilberto no existirían muchas cosas. Stereolab, Sade, el sonido chill-out (el bueno y, ejem, el deleznable), Everything But the Girl, la transformación de Paul Weller para los primeros discos de The Style Council.
La capacidad de seducción de este disco es inmediata. Imposible no reconocer canciones como The Girl from Ipanema. Corcovado o Desafinado, destinadas irremisiblemente a ser clásicos, y a ser objeto de versiones que, casi siempre carecían de la magia, la sutileza y la perfección con que se presentaron en este disco. Imposible no dejarse transportar por esa música que te arrastra a la placidez de una playa o de una terraza en un paseo marítimo. Con cadencia y sensualidad, con esa tonalidad tranquila y nostálgica. Un disco que parece sencillo en su concepción: alternar protagonismo vocal e instrumental, dejar fluir melodías conducidas por voz, por piano, por saxo y, combinadas con ese ritmo perezoso, guitarra, contrabajo y batería en omnipresente segundo plano, y dejar que todo quede impregnado por esa fascinante aura. Rodearlas de músicos técnicamente impecables, en picos de inspiración. Mencionados los clásicos incontestables que hicieron de este disco un éxito comercial en un estilo tan poco habitual de las listas de éxitos como el jazz, constatar que no hay un solo segundo de relleno, que canciones no tan conocidas, como O Grande Amor o Vivo Sonhando son obras maestras inapelables de la música universal, y este disco un absoluto imprescindible para cualquiera.
Las carreras posteriores de todos estos músicos quedarían marcadas por este incontestable trabajo canónico: Jobim, responsable compositivo de la gran mayoría de estas maravillas continuaría marcando cotas del estilo como el extraordinario Wave (1967), y ese mismo año demostraría al mundo lo alto que su música se elevaba, grabando un LP entero con Frank Sinatra.

domingo, 1 de enero de 2017

Frank Ocean: Blond

Año de publicación: 2016
Valoración: imprescindible


Menudo reto para una primera entrada: definir el estilo de un disco como Blond cuando, para empezar, aborrezco las etiquetas y, para continuar, éste es un disco que puede representar un paradigma de los que no encajan en un estilo concreto.
Porque en función de Odd Future, el colectivo al que Frank Ocean pertenecía, la etiqueta podría ser hip-hop. Pero si nos referimos a su extraordinario primer disco, Channel Orange, quizás hablaríamos de rhythm'n'blues. De algunas de sus partes, por eso. Porque otras ya eran soul. O música experimental.
A ver: volvamos a empezar. Cuando en la última semana de agosto, tras retrasos, rumores, falsos arranques, y todas esas cuestiones que preceden a los discos que generan expectativas, Blond se publicó, me expresé con contundencia. Iba a ser uno de los mejores discos del año. Lo dije apenas haberlo oído tres o cuatro veces. Y lo pensaba amparándome en mi opinión sobre los temas más inmediatos, que me resultaban fascinantes. Pasadas unas semanas, prácticamente todo el disco me parecía (me parece) una enormemente inspirada patada en las gónadas, no solo de las expectativas comerciales, sino incluso de una parte sustancial del público que había sido atraído por algunas de las sonoridades de Channel Orange. Porque Frank Ocean decidió hacer el disco que le daba la gana, y ese acto de aparente chulería (porque este es un disco íntimo y casi austero) le ha salido, artísticamente, inmejorable. Blond es un disco que hace avanzar la música hacia terrenos inhóspitos, que ensaya con éxito ahí donde nadie se aventuraba. O no es valiente abrir con Nikes, canción que uno revisa si está reproduciendo con el pitch correcto. Un ritmo gélido, una voz tratada, una sensación irreal. Lo que al principio parece una broma se convierte en una entrada perfecta. Ivy no hace más que confirmar que Ocean está convencido de que su fragilidad va a alcanzar al oyente. Bajo, rasgueo de guitarra y una voz que conduce la canción, que arrastra la melodía hasta cuando parece ir a quebrarse. Uno de los emblemas del disco, y la primera de las canciones que prescinde de elementos percusivos. ¿Pero Frank Ocean no era un artista de hip-hop? ¿Dónde está el bombo, el redoble, la caja de ritmos? Y Pink + white, que la sigue, guiada por unas notas de piano, voz doblada, aire ensoñador, total ausencia de agresividad en la voz. ¿Qué nos traes, Frank? 
Pitchfork, reputada web global sobre música, ha situado este disco como el segundo mejor de 2016. Las votaciones de sus lectores lo han aupado hasta la primera posición. No es que la cosa sea cuestión de otorgar la razón a la mayoría. Pero habrá que hacer una excepción. Blond es, como disco, incluso más sincero y personal que el ya extraordinario debut de Ocean. Cuando lo cómodo y lo seguro hubiera sido alterar pequeños detalles y entregar lo que muchos esperaban, Frank Ocean ha optado por seguir confiando en su intuición. No ha estado solo. Ha recibido ayuda de lo más selecto del panorama musical actual, sin importarle lo más mínimo hacer confluir elementos dispares. Los discretos coros que decoran el fragmento final de Pink + white son de Beyoncé. Kendrick Lamar aparece fugazmente en Skyline to (dos minutos extraños de devaneo narcótico). La guitarra que conduce Ivy es de Rostam Batmanglij, de Vampire Weekend y la producción, de Jamie XX. Pero las colaboraciones no degluten y eclipsan a Ocean. Ni James Blake ni Jonny Greenwood ni Bon Iver. Porque la inspiración del material compuesto por Ocean queda por encima de esos detalles y los convierte en anecdóticos. Hasta temas cortos como Solo (reprise) o Pretty Sweet (¿quién puede conducir dos minutos desde el caos sonoro hasta un coro de niños?) contienen detalles de personalidad. Solamente Nights, con sus interludios y sus cambios de ritmo, encontraría acomodo lógico en Channel Orange. Y nos dejamos canciones importantes: Self control, con su tono de protest-song, el ambient-pop de Seigfreid, la estaticidad de White Ferrari...
Blond cuenta con esa cualidad de los grandes discos. Quien lo oye con frecuencia va cambiando de canción favorita a medida que descubre matices en cada audición. 
Eso sí. La gente de AppleMusic está siendo muy eficaz en su enconada lucha para que este disco no sea fácilmente accesible por la red. Solo Nikes disponible para su visionado y, cada vez que alguien cuelga un archivo en audio en YouTube, en Vimeo, rápidamente eliminado. Con lo necesario que es difundir una música de tal categoría.